Extraños parecidos

¿Qué tan únicos somos? O mejor dicho, ¿Qué tan parecidos podemos ser con un completo extraño? Me lo pregunto porque me parece haberte visto, y esto es imposible porque tu cuerpo está en un cajón enterrado a metros de la superficie. Pero este dato pareció insignificante mientras te tenía ahí frente mío, porque estoy segura, te vi. Te vi ayer en el metro, cuando viajaba a casa. Te subiste en la estación Santa Isabel, estabas un poco más bajo de como te recuerdo, pero he llegado a pensar que la memoria me engaña, porque se que eras tú. La barba canosa te cubría tanto el mentón como ese espacio entre la nariz y el labio superior, eso sí, la tenías más larga pero me pareció razonable porque hace tiempo que dejé de verte. No alcancé a observar bien tus ojos, ¡cómo me hubiese gustado verlos de nuevo!, pero me conformé con que ocuparas el espacio que quedaba delante de mí en ese vagón, y así, poder observarte detenidamente. Te hiciste de ese espacio tranquilamente, como hacías todo, con una seguridad en cada paso que no había modo de que en esos pasos no se encontraran tus pies. Mientras el metro se ponía en marcha, me dediqué a observarte, buscando detenidamente en ti algo que no fuese tuyo, algo que me hiciera ver que en realidad, no te veía. Mientras yo te estudiaba de pies a cabeza, me diste la espalda, y dejaste un maletín que traías en el piso, ubicándolo entre ambas piernas, y te quedaste observando, de brazos cruzados, a la gente. Recordé cuando te sentabas pensativo bajo el árbol del patio, en una silla que yo te regalé, a observar el cielo con los brazos dispuestos en la misma posición. Eras tú, ¡te lo dije! Ya en la siguiente estación, se desocupó un poco el vagón, así que sacaste de entre tu brazo y tu costilla, un diario que llevabas plegado, abriéndolo rápidamente en la sección de puzzles. Siempre admiré que conocieras tantas palabras y que debido a eso los puzzles nunca fueron imposibles de completar para ti, incluso me aconsejabas «hacerlos para saber más», pero nunca los hice. Luego te llevaste la mano izquierda a ese bolsillito que tienen las camisas, y sacaste un lápiz con el cual te dispusiste a escribir – con esa letra por siempre mayúscula- la primera palabra vertical que conocías. ¡Tu siempre llevabas uno o dos lápices en ese bolsillito! De hecho, me encantaba que estuviésemos dónde estuviésemos, siempre que se necesitara un lápiz tu llevarías uno a mano. Era indudable, ahí estabas tu, frente a mí, haciendo un puzzle como lo hacías cada domingo por la mañana, sentado en la cabecera de la mesa, acompañado de una gran taza de café dulce. Fue un encuentro extraño y sumamente casual, que movido por la nostalgia, me llevó a verte. Eso me han dicho. Porque es inverosímil, lo sé. Pero yo te quiero seguir viendo cada día, aunque sea a través de un viejo extraño que sin ser tu, me recuerde a ti. Por lo mismo, tomo el mismo tren, a la misma hora que aquel día, esperando poder encontrarme contigo, aunque no seas tú.  Porque aún no quiero aceptar que te he perdido para siempre. Lo siento, me he aferrado a un extraño parecido.

 

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